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Estuve en Armero ese día 13 de noviembre de 1985 como de las 10:00 de la mañana hasta las 4:00 de la tarde. Decidí regresar a Venadillo, no por miedo, sino porque tenía que hablar con la Junta de Defensa Civil de la cual yo era su presidente.
“Al salir de Armero estaba cayendo arena y piroplásticos. Cuando llego a Venadillo hablo con el coronel Rojas, le cuento qué está pasando y él dice que nos alistemos porque de pronto hay que ir a prestar apoyo en Armero.
“Así lo hacemos y nos reunimos en la sede. Estábamos viendo televisión y recuerdo mucho que eran las 9:20 de la noche cuando Hernán Castrillón Restrepo sale por el noticiero. A raíz de la noticia llamo al coronel Rafael Pérdomo Silva a Ibagué y le dije que era conveniente ir a Armero. Me dio la
orden de no viajar hasta no establecer las condiciones de seguridad y saber qué había pasado.
“Faltando un cuarto para las 10:00 de la noche  decido llamar al general Guillermo de la Cruz que era el Director General de la Defensa Civil. Él me autoriza, pero me  hace la advertencia que están bajo mi responsabilidad los voluntarios que vayan.
“Recién habíamos empezado nuestras actividades y nos toca atender la tragedia de Armero. Un año antes el desbordamiento del río Totare provocó una microavalancha, comparada con Armero, que acabó  16 bocatomas empezando por la del municipio. A raíz de esa emergencia, el director  regional coronel Rafael  Cárdenas Silva propone fundar en Venadillo la Defensa Civil. Yo me ofrezco a hacerlo y es así como nace a finales del año 1984.
“A las 10:25 de la noche salgo de Venadillo hacia Armero. Por el camino pasamos por río
Recio y por mapas que teníamos y habíamos estudiado, se suponía que por ahí iba a bajar, de pronto, una avalancha también. Caemos en cuenta que ese río es el que surte de agua al distrito de riego de Lérida. Buscamos al celador de la bocatoma y le decimos que cierre la compuerta para prevenir que se pudieran perjudicar las instalaciones por una posible avalancha.


“Salimos de nuevo a carretera y seguimos para Armero. Entramos a Lérida y ya había un poco de inquietud de la gente. Me reúno con el Alcalde, el comandante de Policía, el sacerdote de ese entonces y hacemos un pequeño Comité Operacional de Emergencia. 
“A las 11:30 de la noche salgo para Armero en carro. En la recta antes de Armero, de pronto veo algo en el horizonte, pero iba muy rápido y no alcancé a frenar. Era un bache de barro y como lo pasé seguí hasta la ‘Y’, o sea la salida para el Líbano y la parte que va para Armero.
“Ahí hay un silencio total, un olor a azufre y el lodo caliente, no hirviente, soportable. Con la linterna alumbramos y vimos  a unas personas subidas a un camioncito. Los sacamos unos 200 metros del barro en terreno limpio. Ellos permanecían mudos, no decían una palabra.
“Decidimos regresar a Lérida y ya de vuelta no encontré uno, sino tres baches de barro.  Nos reunimos en una forma más oficial en COE y cerramos el paso definitivo para la zona de Armero. Eso fue entre 12:15 y 12:20 de la noche.
“A  raíz de esa decisión la Policía cierra el retén en El Salado. Solo hay paso para ambulancias y carros oficiales. Hablo con mi compadre Ramiro Lozano que era el  presidente de la Cruz Roja y le comento lo tensionante y la incertidumbre de la situación. Nos reunimos y empezamos a cavilar qué íbamos a hacer apenas amaneciera.
“Acordamos que yo iría de Lérida a Venadillo y me iría en un avión de mi empresa de fumigación aérea y miraría qué había pasado. A las 4:00 de la mañana llego a  Venadillo y voy a la pista. Los pilotos de Ibagué no llegaban, pero yo no sabía que habían cerrado la vía.
“De pronto, apareció el capitán Fernando Rivera Acevedo. Coincidencialmente esa noche
se había quedado en su casa paterna en Lérida y  por eso pudo llegar a volar.
“Al capitán Rivera le preocupaba que estaba lloviznando, yo le argumenté que se trataba de una
misión humanitaria y que conocíamos el terreno como la palma de la mano.
“Decidimos irnos tanteando la carretera y llegamos a Lérida en la avioneta. Vemos que hay mucha gente en la plaza y en las calles adyacentes, entonces arrancamos para Armero. Eso fue más o menos 25 para las 6 de la mañana del 14 de noviembre.
“De repente, veo en el horizonte algo que me impresionó. La primera reacción es de incredulidad. Estaba perplejo. Dejé escapar ‘¡Dios mío!’. El capitán Rivera me preguntó qué pasaba, le dije ‘nada’.
“A lo pocos segundos vemos que todo lo que había sido afectado por la avalancha estaba despejado. El impacto fue impresionante.  Subimos. No hablamos nada.
“Volvemos a bajar y de cerca vemos gente moviendo los brazos. Cuando ya volvemos
en helicóptero una hora o 45 minutos después, ya la gente había  desaparecido, se  habían consumido”.
“Damos la vuelta hasta Santuario, una finca que queda contra el Magdalena, nos regresamos y nada  se podía hacer. Las pistas que pensábamos podíamos  aterrizar estaban fuera de operación. De regreso encontramos la pista La Carmelita en Lérida, exactamente en La Sierra. De ahí un señor de un jeep me lleva a Lérida.
“Llego a Telecom, había mucha gente y pido que se cortara cualquier comunicación para hablar con el Palacio de Nariño. La niña un poco incrédula me comunica y hablo con Víctor G. Ricardo, secretario privado del presidente Belisario Betancourt, a su vez presidente del COE nacional.
“Me dice que estoy fuera de foco, que me  tranquilice. Me pasa al general Guillermo de la
Cruz y él tampoco me da credibilidad y me comunica con el Presidente. Belisario tampoco creyó, pero ofreció movilizar maquinaria de obras  públicas.
“Le insistí al Presidente que la magnitud era tal que Armero había quedado arrasada y que había una capa de lodo profunda de varios metros y que en esas condiciones lo que requería era helicópteros y otros instrumentos para evacuar y rescatar sobrevivientes.
“Me despedí y en ese momento no sé cómo quedé hablando con Yamit Amat. Él me dice que no sea irresponsable y menos siendo miembro de la Defensa Civil y en esas se cortó la comunicación.
“Acto seguido llamo al general Luis Alberto Rodríguez Rodríguez, entonces comandante de la Sexta Brigada. Eran las 6:00 de la mañana. Me dijo que acababa de oír las noticias y que estaba exagerando. Le repliqué: General, la realidad es esa.
“El general Rodríguez llega a las 6:30 de la mañana y aterriza en un potrero todo descompuesto, con la mirada perdida, aterrado de lo que acababa de ver. Nos ordena que iniciemos nosotros el rescate.
“A Armero lo afectaron tres avalanchas, la primera de las cuales entró como un cuarto para las 11 de la noche. Una avalancha fue de agua porque incluso una compañera que estaba en la Defensa Civil de Armero nos avisó  por radio que abandonaba la sede porque se había inundado.
“Segundos más tarde es cuando aparece todo el lodo que bajó por el río Lagunilla.  Ahí empieza la destrucción y es la que se lleva la subestación de la energía y deja a Armero sin luz.
“Después viene la avalancha que acaba a Armero, que fue todo lo que bajó por el río Azufrado, que fue al que le cayó mayor cantidad de deshielo del Nevado del Ruiz.
“Para cumplir la orden de iniciar el rescate, la  prioridad fue establecer los helipuertos. El primero  fue en el hospital. En un sitio conocido como “El Mercadito” hicimos el segundo helipuerto, otro entrando a Armero y otro muy cerca de donde estaba Omaira.
“A las 11:20 de la mañana llegó el Presidente al Mercadito, estuvo unos minutos y cuando
iba a salir le dije: Presidente ya que está aquí llévese los primeros heridos. Sacó dos o tres niños y se los llevó.
“Luego empezaron a  llegar helicópteros de distintas nacionalidades y entraban como abejitas en un panal. Ni siquiera en películas he visto una operación en tiempos de paz tan grande.
“Yo me trasladé al hospital y ahí estuve 60 horas de largo hasta que saqué la mano y regresé a Venadillo. Fueron 60  horas en las que presencié cosas increíbles.
“Las escenas fueron dantescas. La gente no estaba quemada, murió por la avalancha y asfixiada. No hubo sangre por ningún lado, todo era barro y lodo. El mayor impacto fue ver la mitad de Armero bajo barro y  mucha gente viva que no se pudo ayudar entre sí.
“Para trasladarnos de un lugar a otro nos tocó echar un muerto sobre otro para poder pasar. En la azotea del hospital nos tocaba atravesar una pared de cuatro metros corriendo sabiendo que de lado y lado había lodo y el que se caía se perdía, como nos pasó con un rescatista que se cayó de un helicóptero.
“ Hubo gente a la que tuvo que cortársele una pierna o un brazo para poder rescatarla. Un se-
ñor de edad estaba enterrado hasta los hombros, le hicimos la silla turca y empezamos a jalarlo cuando nos dijo que quería morir completo. Lo soltamos con el dolor del alma.
“Omaira estaba atrapada de tal forma que no la podían sacar. Llegó el momento en que ella quiso irse y morir. Hablaba tranquilamente, cantaba, se le acabaron las lágrimas, empezó a dar consejos a la gente, que cuando estuviera en una situación de total indefensión, había que aceptarla. Murió muy tranquilla, sin lamentos.
“Vi niños que por alcanzar una muñeca se fueron al barro y se perdían. Gente que robó y que para callar a la gente que no gritara, le ponían el pie encima, lo acababan de hundir.
“Compañeros  míos aparecieron en Cúcuta porque fue tan grande la catástrofe que Ibagué, Girardot, Honda, Líbano se desbordaron y se  empezó enviar gente a Tunja, Bogotá, Medellín, Bucaramanga y hasta fueron a parar a Cúcuta.
“Esa noche del 14 de noviembre  nos tocó a médicos, enfermos y rescatistas quedarnos a dormir en la azotea del hospital sin ninguna noticia. A la una de la madrugada empieza a llover muy fuerte.
De pronto alguien dice que viene la avalancha otra vez. Ahí, en ese momento, de la azotea calculo que tres o cuatro personas dieron el paso en falso y cayeron al  lodo y se perdieron.
“Se envía una expedición dentro del hospital para buscar un sitio para guarecernos de la lluvia y se encuentra que el quirófano estaba intacto. Allí descansamos un rato como 15 personas, otros no quisieron por temor a una nueva avalancha.
“Estando medio durmiendo un compañero escucha llantos de bebés, me despiertan  y digo la misión nuestra apenas haya el primer rayo de luz es buscar esos niños.
“Los encontramos y me di cuenta de la increíble fortaleza de la mujer. Cuatro madres, cuatro niños y no se pudieron auxiliar porque el barro les había llegado hasta los senos y tenían a los bebés con las manos extendidas, flexionándolas hasta el pezón y luego volviéndolas a extender.  Admirablemente, así aguantaron por horas.
“Una de ellas había dado a luz a las 9:00 de la noche por cesárea. Pegarle así semejante tirón para sacarla era matarla, que se descosiera toda. Le decimos que es la vida suya y la de su hijo. Ella acepta, entonces la sujetamos en forma de silla turca; no dijo ni pío, se aguantó el dolor.
“Como habíamos encontrado esparadrapo, les escribíamos el nombre  que ellas daban y los cerrábamos, pero eso no sirvió para nada porque cuando llegaron a los albergues lo primero que hacían eran limpiarlos y se los quitaron sin percatarse. De ahí que niños no pudieran estar con sus padres, tanto niño perdido.
“El 15 de noviembre se va sacando más gente. Habían llegado el Ejército, la Policía, la
Fuerza Aérea y más  voluntarios. Vamos donde Omaira, vemos la situación y no había nada qué hacer.
“Ese día salgo al helipuerto que está en Lérida asombrado de lo que había pasado, de tantos muertos que no bajaron de 20 mil.
“Varias cosas ayudaron a que no hubiera evacuación. Hicimos varios entrenamientos y  simulacros pero jamás pudimos pensar qué tan grande podría ser el evento.  La Defensa Civil, bomberos, Policía y Cruz Roja realizamos ejercicios de evacuación. En el primero salió la mitad de la gente, pero se presentaron  unos robos y entonces la gente ya no quiso salir,  prácticamente fue una
cosa teórica.
“Según sobrevivientes, no hubo alarma, como estaba convenido que se tocaría la sirena y al trote todo el mundo salía corriendo por los caminos que habíamos indicado. Lo que pasó es que hubo
unos puntos de vista diferentes entre el capitán Salazar (fallecido) y el comandante de bomberos, que se enfrascaron en el dilema de quién tocaba la alarma para asumir la responsabilidad. Fue cuando la avalancha de agua se llevó la subestación y quedaron sin sirenas.
“Otra cosa fue la misa de un sacerdote que ofició a las 7 de la noche y tranquilizó a la comunidad. Nadie cayó en cuenta que era un volcán nevado y fue precisamente el casquete de
hielo el que se fracturó y cayó a los lechos de los ríos y eso fue creciendo como una bola de nieve y fue lo que acabó Armero.
“Regreso a Venadillo y con mi señora Tulia Orjuela monto un albergue cinco meses que atendimos día y noche. Para mí la operación Armero terminó ahí.
“El premio vino con la entrevista con Juan Pablo II en Lérida. La sensación de estar con el Papa, la dicha de su frescura, de un hombre santo, de un hombre que irradiaba tranquilidad con su mirada; ahí se me fueron todos los problemas que yo habría podido tener, que casi acaban mi matrimonio, que me llevaban a  la depresión a consecuencia de la marca que me dejó la tragedia de Armero”.

Armero, 20 Años

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